Museo Burda
Introducción
El Museo Burda comenzó a ser gestado en el año 2002, cuando el coleccionista de 68 años, Frieder Burda, decidió que era momento de compartir sus adquisiciones.
Teniendo en mente el destino geográfico para la ubicación de su colección, así como el tipo de edificio que necesitaba para llevarlo a cabo, viajo hacia los Estados Unidos. Allí fue directamente a encontrarse con quien quería que fuese el arquitecto que proyectara y ejecutara el desafío.
Seis semanas más tarde, Richard Meier había diseñado el anteproyecto que su comitente estaba buscando. Un museo de poco más de 900 m² , que se relacionaba con su contexto inmediato y parecía ajustarse exactamente a las necesidades.
Situación
El museo se encuentra ubicado sobre la avenida Lichtentaler Allee, en la ciudad de Baden-Baden, al sudoeste de Alemania. Esta ciudad-balneario que emerge en medio de la selva negra alemana se destaca por características no tan propias de la Alemania tradicional. Careciendo de la tosquedad y bruteza teutona, Baden-Baden deja verse como una apacible y tranquila ciudad. La misma se ha convertido en espacio de descanso y relax, así como reconocida por sus centros de salud y tratamiento corporal.
Pero su aspecto más relevante es la selecta y distinguida vida cultural que ofrece, muy a pesar de ser una zona de proporciones reducidas. Sus museos, teatros, casino, hipódromo, y centros de exposiciones, hacen de este lugar algo único. Inclusive alberga el teatro más grande del país.
El reflejo de la importancia por la estética y el cuidado puede verse a simple vista en sus calles y plazas cuidadas a la perfección, lo mismo que en sus tiendas de alto nivel.
Concepto
Richard Meier define su propia obra como “una joya en el parque”, y es quizás la mejor síntesis posible. Tanto el propio arquitecto, como el hombre quien se lo encargo quedaron más que satisfechos con el producto final.
Con el sello distintivo del arquitecto norteamericano, este museo logra la armonía tanto con el parque que lo rodea, como también con el museo que se ubica al lado suyo.
En primera instancia, Meier debía responder a la relación que el nuevo museo tendría con el antiguo Kunsthalle, una galería estatal de arte de estilo neoclásico. Su respuesta fue tan simple como contundente. Ubicaría el nuevo museo a un lado del ya preexistente. Haría que la altura no superara la de su vecino, y trabajaría con el mismo color que el del Kunsthalle. Como si fuera poco, esto mismo encajaba con el pensamiento del arquitecto, un defensor y amante del purismo y el blanco como color representativo en la gran mayoría de sus obras.
Todas estas decisiones respaldaban su concepto de no opacar al museo que ya era un hito en la ciudad. Por el contrario, su idea era que ambos cuerpos pudiesen complementarse y nutrirse uno al otro. Y para fortalecer esta coherencia, proyecto un puente transparente que los comunicaría. Decisión que las autoridades alemanas destacaron como “un ejemplo de interacción entre un emprendimiento público y uno privado, comprometidos con el arte”.
El segundo desafío era determinar la imagen que el museo tendría, y su vínculo con el parque circundante. Meier respondió con un edificio que se anida armónicamente entre los majestuosos árboles del parque. Caminos ya existentes y otros nuevos que el creo, hacen que acceder a él sea algo casi natural.
El museo es simple en sus líneas, geometría, y de modesta escala. Sin embargo, su imagen final parece un cuadro en sí mismo. Mediante el manejo de elementos, crea una composición con fondo y figura. Utiliza la luz natural, los reflejos, colores, y texturas como materiales constructivos. Y genera la sensación de que cada una de sus partes tiene su razón de ser; y que, como decía Alberti, nada podría ser agregado o sustraído del edificio sin que éste viere afectada su armonía.
Espacios
El edificio termina de descubrirse una vez dentro. Aquí pareciera tener efecto cada una de las decisiones tomadas a la hora de proyectar. Todo se encuentra en su ángulo preciso. Los paneles vidriados se superponen con los de aluminio blanco. Las rampas zigzaguean sutilmente a través del lobby. Las pinturas expuestas parecen majestuosas ante el reflejo de la luz.
Las dos grandes salas de exposiciones están diseñadas para permitir el ingreso de luz desde los costados y por arriba. Parasoles horizontales regulan parte de las fachadas y a la vez juegan con las transparencias. Una sucesión de claraboyas inunda de luz la planta superior. Todo esto hace que el visitante nunca pierda conciencia del parque a su alrededor y disfrute de las irregularidades verdes que lo rodean, como si estuviesen allí colocadas rigurosamente. A la vez, dos espejos de agua dispuestos sobre el lado Sur y el lado Este exaltan esta relación con la naturaleza, la cual es la verdadera protagonista de esta obra. Inclusive las rampas de circulación que comunican cada una de los tres niveles hacen que el espectador este siempre acompañado por el verde, desde las lomadas de la planta baja, hasta las copas de los árboles que se ven desde el piso superior.
Estructura
La claridad y simpleza estructural de los edificios de Meier ha sido una constante a lo largo de toda su trayectoria. Dada la resolución de sus plantas, la estructura es un elemento compositivo más, así como lo son las circulaciones, el cerramiento, y la materialidad.
En la planta del Museo Burda, de carácter casi rectangular, una vez más la estructura cumple un rol secundario. Si bien el arquitecto reconoce su necesidad, la disimula dentro del conjunto, sin renegar de ella, pero tampoco exponiéndola en su totalidad. Separándola del cerramiento exterior, hace que esta quede semi-oculta detrás de las placas blancas de aluminio o de los parasoles.
En este caso la estructura se resuelve por medio de columnas de sección circular, ubicadas a lo largo y ancho de la planta de forma modular. Mediante una clara retícula, Meier dispone las columnas únicamente donde son necesarias, y genera una planta lo más libre posible, sosteniendo nuevamente la búsqueda por el mayor ingreso de luz natural.
Materiales
Al ser consultado por la utilización del color blanco en todas sus obras casi de manera obsesiva, Meier contesto con la sencillez que envuelve su pensamiento: “El blanco es todos los colores”. Esta coherencia entre su visión y la ejecución de sus acciones ha signado toda su carrera y lo ha llevado a ser el arquitecto más joven en obtener el premio Pritzker.
Podríamos creer que es simplemente un capricho del arquitecto, sin embargo al justificar su accionar en este proyecto, Meier adujo “El blanco eleva nuestra percepción de los colores de la naturaleza: la blancura permite percibir las ideas de mi arquitectura y ver la relación entre opacidad y transparencia, la diferencia entre elementos planos y lineales, y clarifica las ideas entre la piel del edificio y su interior”.
Con estos conceptos, no debería extrañarnos que Meier vuelva a utilizar los materiales que tanto lo identifican. Las placas blancas rectangulares de aluminio conforman las partes cerradas de la fachada (los planos abstractos), mientras que el resto está cubierto por los paños de vidrio (aberturas). Clara evidencia de que la luz es su material constructivo más versátil y favorito.
Las porciones traslucidas en el museo son de gran tamaño, como una segunda piel que envuelve al edificio. Los paños vidriados no solo permiten el ingreso de la luz natural, sino que también reflejan los árboles y el museo preexistente junto a él. Pero para evitar que las piezas de arte en su interior se dañen, así como que los visitantes se vean abrumados por tanta luz, utiliza parasoles metálicos horizontales, que regulan el ingreso de luz, y hacen que a cada hora del día el museo luzca distinto.
En su interior, el museo tiene suelos de alisado de cemento y madera oscura. Los muros interiores también son blancos, para que en ellos se refleje la luz e inclusive las sombras.